Una de las cosas que más aprecio en el Camino de Santiago es la oportunidad que se nos ofrece al senderista a pie para conocer las poblaciones que se recorren; apreciar su idiosincrasia, su forma de vida, su entorno.
Al peregrino que transita el Camino Mozárabe le puede parecer normal creer que los enormes y extensos olivares del norte de la provincia de Málaga y del sur de la de Córdoba han estado siempre allí, pero lo cierto es que no es así. Asociamos tanto a Andalucía con el olivar que nos cuesta pensar que no siempre haya sido así; la famosa Revolución Industrial que en nuestro país se produjo a finales del siglo XIX y principios del XX no sólo incluyó a Cataluña y al País Vasco. Los primeros pasos se dieron en Marbella, con la fundición de los Heredia, circunstancia que en ocasiones se olvida, pero especialmente es mucho menos conocido que la agricultura andaluza sufrió una enorme transformación a partir del momento en el que los veleros perdieron su batalla frente a los barcos de vapor en el Atlántico. Eso hizo posible el abaratamiento del transporte y permitió mayores cargas, hacer rentable el transporte de mercancías de bajo precio unitario. En concreto, significó que los cortijos andaluces pasaran de producir de todo para el autoconsumo y la venta local a poder ser unidades especializadas dedicadas a la exportación.
Eso mismo ocurrió en Argentina en donde el vapor y la congelación, el acortamiento de los plazos de transporte, su regularidad, permitió la exportación mundial de su apreciada carne y que explicó la enorme prosperidad del país.
El peregrino debe saber que los cortijos andaluces de la zona que atraviesa el Camino Mozárabe desde Antequera hasta Córdoba, silenciosamente se transformaron en fábricas modernas en medio del campo, de ahí su chimeneas de ladrillo (en la comarca de Antequera existen censadas más de una veintena). Son cortijos que sobresalieron porque adoptaron todas las características de verdaderas empresas modernas con una organización plenamente adaptada al mercado. En paralelo, el cereal y otros cultivos, fueron sustituidos por el olivar porque la especialización mejoraba la productividad y porque el mercado del aceite, gracias a los barcos se había extendido a América, en especial a Argentina, con una población emigrante que apreciaba el aceite de oliva.
Uno de los mejores ejemplos de cortijo moderno lo tenemos en La Capilla (cerca de Palenciana en el límite de la provincia de Málaga con la de Córdoba) de la familia Carreira que tenía una organización extraordinaria.
Toda la exportación del aceite se hacía a través del puerto de Málaga pero, aunque esta es una cuestión pendiente de investigación, todo este aceite antequerano y cordobés se comercializaba bajo marcas bien italianas o bien catalanas. Los cortijos se transformaron, se especializaron, construyeron almazaras modernas, plantaron olivos, hicieron aceite, lo vendieron, pero faltó que se encargaran de su comercialización bajo sus propias marcas. Es decir, se dejó a terceros que se apropiaran de parte de los frutos de su esfuerzo y se permitió, lo que es peor, que se asociara la imagen del cortijo andaluz con la de una explotación tradicional y obsoleta.
En consecuencia nadie supo que ciudades como Antequera, por la que pasa el peregrino, se habían transformando por causa de la Revolución Industrial en el sector agroalimentario y que su prosperidad se debía al cortijo moderno; es decir, a un valioso conjunto de fábricas situadas en mitad del campo y, por eso, nadie hoy recuerda que la Revolución Industrial también se produjo en el campo andaluz.
Antonio Monzón Fueyo
Peregrino del Camino Mozárabe”
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